Nuestros lectores más asiduos quizá hayan notado un pequeñísimo cambio en nuestra forma de escribir; desde hace un tiempo hemos empezado a optar por las comillas llamadas indistintamente angulares, latinas o españolas (« »), en lugar de las tan comunes inglesas (» «). Nuestra decisión se reduce casi a una cuestión estética: nos gustan más las horizontales, las vemos más «serias», pues es la que eligen la mayoría de las editoriales para publicar sus libros.
Pero esta no es la única razón para este cambio: también buscamos la unificación de criterios en todo nuestro sitio, pues esto es uno de los elementos que le da coherencia a nuestro estilo, y desde un primer momento elegimos llamar a nuestro sitio «De la ortografía y otros demonios» y no “De la ortografía y otros demonios”.
Un motivo más técnico es el siguiente: si bien tanto unas como otras comillas son correctas, al momento de poner comillas dentro de un texto ya entrecomillado, es obligatorio cambiar el tipo de comillas que se usarán. Así, si venimos trabajando con las comillas altas dobles y debemos entrecomillar algo dentro, entonces nos veremos obligados a usar las simples. Esto trae aparejado dos pequeñas dificultades: una, evidente, es cuando el final o el inicio de las comillas coinciden: el texto quedaría así: «Manuel les explicó a sus amigos, no sin cierta incredulidad, cuáles fueron las exactas palabras de su mujer al dejarlo: “Me dijo que era un ‘queso’”». Así, la última comilla simple de «queso» se suma a las dos que cierran la declaración, lo que produce una «estética editorial poco amigable».
Pero no sólo eso: con nuestro ejemplo ilustramos también otra de las razones que nos hacen inclinarnos por las comillas angulares: si hay que utilizar tres tipos distintos de comillas, las externas deberían ser siempre las angulares, luego deberían colocarse las dobles y, por último, las simples. Si bien estas construcciones son poco frecuentes, nunca se sabe cuándo uno las tendrá que usar, por lo que conviene utilizar directamente las angulares, para evitar que en la página 98 nos demos cuenta que las debimos haber usado desde el principio. (Por supuesto, se entiende que esto no es «tan» crucial en la corrección de un texto, y que se trata de un error menor usar como externas a las comillas altas y luego, al interior, las angulares; lo que de ningún modo puede suceder es usar las simples antes que otras).
EPÍLOGO
A estas alturas seguramente más de uno se preguntará a dónde están estas comillas angulares en nuestros benditos teclados. Y es aquí donde recae el truco de esta entrada: ¡No están! Se trata, por supuesto, de otro caso de violencia cultural (aunque, nobleza obliga, bastante leve). Los teclados, producidos por Estados Unidos —incluso los que vienen con «ñ»—, favorecen el uso de las comillas inglesas, mientras que relegan a las comillas españolas a un mero código: «Alt [izquierdo] + 174 [del teclado numérico]» para las de apertura, y «Alt + 175» las de cierre (y este código no anda en cualquier ámbito; por ejemplo, funciona en el Word, pero no en el Google Chrome).
Este caso es muy similar a lo que ocurre con la raya (—), de la que ya hemos hablado en otra oportunidad. No es casualidad que en inglés ni las rayas ni las comillas angulares se usen (en lugar de las rayas, ellos usan dos guiones medios para los incisos y comillas altas dobles para la mayoría de los diálogos). A partir de esto es que en español se ven cada vez más y más escritos presentados con guiones en lugar de rayas, y con comillas inglesas en lugar de españolas, pese a que, como demostramos, éstas son más útiles y «estéticas» que aquéllas. Y es por esto entonces que en «De la ortografía y otros demonios» decidimos hacer el esfuerzo (a partir de ahora) de usar el doble de teclas cada vez que queremos insertar un texto entrecomillado: ¡por el respeto a nuestra lengua, por una difusión de nuestras comillas angulares y por textos visualmente más agraciados! Amén.