PUNTO FAC (2001), Diego Jara

                                             Libros, obras y proyectos literarios

Diego Jara – Punto FAC – 2001 – Sudamericana – 191 págs.
Diego Jara – Punto FAC – 2001 – Sudamericana – 191 págs.

Cuando este año hicimos una recapitulación sobre lo que veníamos escribiendo en NNA4, hubo un punto destacado, que cada vez rescatamos más: el azar. Poco a poco me voy haciendo un místico, un religioso del mundo de las contingencias, reemplazando a todos los dioses que las distintas culturas me ofrecieron, para venerar a uno solo, el padre de todos ellos, la Fortuna diosa de nuestros días. Gracias a ella, puedo decir que estoy comentando este libro, porque en una misma librería y en idéntico movimiento, lo adquirí junto con La culpa del corrector, que comentamos en la entrada anterior y que tiene tanto que ver con Punto Fac, de Diego Jara.

Así como leí La culpa del corrector con una pretensión de «virginidad», sin saber nada al respecto, para el libro que nos ocupa hoy sí investigué un poco. ¿Qué había? Prácticamente nada. Fue distinguido en el Premio La Nación Novela 1999, logró ser publicado en 2001, el jefe de la sección «Policiales» del diario Los Andes lo mencionó al pasar en una nota en 2011… Hoy, Diego Jara tiene un perfil en LinkedIn, y la literatura parece un tópico olvidado en su vida, apenas una mención a esta única publicación en la gigante editorial Sudamericana, 15 años atrás. Dos o tres ejemplares de su libro se encuentran en MercadoLibre, y TEA lo destaca entre sus egresados que lograron publicar un libro, pero ni siquiera guarda un ejemplar de él en su cuantioso archivo. ¿Por qué hablo de azar, por qué la relación con el libro comentado el mes pasado? Porque ambos fueron comprados en el mismo momento y el mismo lugar, sólo para aprovechar esas promociones de 3x$25, y para entender por qué yo no sabía absolutamente nada de esos libros. Porque casualmente ambos pertenecen a la misma colección de la misma editorial, tienen casi la misma cantidad de páginas (y la misma cantidad de polvo), son de la misma época, tienen lugar en la Redacción de un diario, están escritos en un tono similar, están muy bien escritos, y sin embargo ahí están, olvidados en los anaqueles de un librero que se desespera por lograr que dejen de ocupar espacio en su librería.

Lo bueno de haber leído los dos es que me permitió entender qué hace que un libro pueda pasar de ser relativamente bien vendido (3.000 ejemplares es una muy buena tirada para un autor novel de nuestro país) a ser absolutamente olvidado. Mi hipótesis: un escritor no es aquel que escribe, y ni siquiera aquel que publica: un escritor es un compositor de una obra, de un estilo propio, incluso de un proyecto literario. Algunos proyectos son más explícitos, como los de Aira y Chejfec, y otros menos, pero con tonos propios más fuertes, más marcados, como los que leímos acá de Muslip y Budassi. Tanto en López de Tejada como en Diego Jara (como un poco sucede en Alejo García Valdearena también) nos encontramos con sólidos narradores que saben escribir y que son capaces de crear un clima, pero que no tienen un proyecto definido, que sólo se disponen a contarnos una historia. Creo que tanto La culpa del corrector como Punto FAC tienen algunos elementos interesantes, pero no abren líneas originales de pensamiento, no se replantean la forma de escribir ni de concebir una historia. Para ser más precisos, Jara, por ejemplo, elige recrear el verosímil del policial a través de un narrador en primera persona obsesionado por encontrar un móvil para la muerte de su amigo, compañero en el diario en la sección de Policiales. La intriga se genera (y también se va diluyendo), los condimentos humorísticos ayudan a la causa (la visita a la redacción de una revista porno, las ironías constantes sobre el diario La Prensa) y hasta es interesante la decisión de terminar casi todos los capítulos con supuestos cables de noticias —escritos en otra tipografía— sobre los avances de la investigación, como si el caso importase a alguien. Pero las lecturas que puede propiciar el libro son escasas: ¿se podría leer en esta novela una crítica al modo de producción de las noticias? Tal vez. ¿O el peso de la rutina en la vida cotidiana? ¿Algo que hable del clima de época, el fin de los 90? ¿Y sobre la anomia de los ciudadanos que apenas muertos son olvidados? Sí, quizá sí, pero difícilmente podríamos escribir un ensayo de más de unas pocas páginas con el material que ofrece cada tema.

Considero, entonces, que más allá de una pobre ejecución en los diálogos —que resultan poco creíbles y enfáticos, tal vez a causa de una supresión total de cualquier tipo de didascalia—, de un narrador que parece demasiado perdido en el mundo como para generar la empatía necesaria, y de una trama policial que se sostiene, pero que al final hace milagros para no caerse, el polvo que Punto FAC junta en los anaqueles de las librerías de usados es consecuencia de otra cosa. Tanto este libro, como La culpa es del corrector, como miles de otros libros en idénticas condiciones (es probable que tome estos dos como sinécdoque de todos, y que cortemos aquí las lecturas de estas piezas «olvidadas»), no trascienden nunca porque no hay ningún proyecto literario, ni propio ni grupal ni editorial, que los sostenga, no existe un marco de lectura para ellos. ¿Qué análisis pueden revestir estos autores de un único libro, si no pueden ser leídos a la luz de una obra? Eso sólo pudo suceder en casos excepcionales (Rulfo, Kennedy Toole); para Jara, para López de Tejada, para los miles como ellos sin un proyecto escriturario que los ampare en alguna intención de hacer un aporte mínimo al campo literario, sólo queda el verdadero y genuino orgullo de haber publicado su libro, la certeza de haber sido leídos en su momento, la entereza de saber que lograron una sólida escritura, en fin, el honor de haber pertenecido por un momento a una grey que se llamaba a sí mismo «escritor». Sin embargo, la falta de continuidad (por incapacidad en la materia, por la imposibilidad de obtener el valor simbólico suficiente para seguir participando, por simple desinterés o pereza) los alejó de la literatura, y seguramente los devolvió a sus lugares de origen, a otros lares. Nosotros, desde aquí, los recuperamos por un segundo, pero reconocemos, sin ánimos de colocarnos dentro de una élite a la que no pertenecemos, que el olvido es doloroso pero justo. El canon es muy pequeño, ínfimo, y son pocos los que pueden entrar; tal vez sean los que hayan hecho el esfuerzo suficiente, los que hayan tenido los contactos adecuados, pero sin duda, son los que tenían verdadero interés en formar parte de él.

 

Un pedacito de Punto FAC:

Tuve que tomar mucho coraje cuando llegó la hora de irme para el diario. La verdad, estaba harto de trabajar en ese lugar. Tantas cosas para hacer, tanto para hacer, tanto para averiguar, tanta gente para entrevistar, tantas teorías para analizar, y tan poco tiempo por culpa del maldito trabajo. La rutina me estaba matando. Necesitaba unas buenas vacaciones, de cinco o seis años por lo menos. Pero suponía que no me las iban a dar. Además, si yo no estaba todo recaía en el pobre Azconzábal, que todavía no estaba canchero con los cables. Igual, era tan fácil que no se necesitaba aprender mucho.

Al llegar me encontré con una buena noticia. O mejor dicho, dos. Habían detenido a Pinochet en Londres por sus violaciones contra los derechos humanos. Ésa era una. La otra era que gracias a Pinochet la sección Internacionales tenía más páginas para hacer, y yo solamente me quedaba con tres. Podía hacer el trabajo rápido e irme temprano.

Págs. 86-87

 

PUNTO FAC (2001), Diego Jara
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