—Estoy pensando de que mañana por ahí no voy a la reunión.
—Desconfío que lo vayas a hacer.
¿Cuál es el problema en este breve diálogo? ¿Por qué ambas expresiones parecen tan cotidianas, pero, sin embargo, nos quedan resonando, como si algo anduviese mal? Se trata del famoso dequeísmo, y del no tan famoso pero igualmente frecuente queísmo. Generalmente, uno no piensa de algo, sino que pensamos algo o, a lo sumo, en algo. Del mismo modo, uno no desconfía una cosa, sino que desconfía de una cosa. De todos modos, mientras ambas oraciones contienen errores normativos y son sintácticamente incorrectas, en la oralidad —e incluso, muchas veces, en la escritura— las aceptamos sin mayores miramientos, y entendemos perfectamente de qué se está hablando al escucharlas.
¿Por qué se producen estos fenómenos? Es algo que muchos lingüistas estudian, pero que no está del todo claro. Una hipótesis para explicar el dequeísmo habla de una distanciación inconsciente que produce el hablante entre el sujeto de la oración y el predicado. ¿Qué significa esto? Que el hablante busca ponerse lo más lejos posible de lo que está diciendo, quiere distanciarse de la afirmación que hace y por eso introduce un «de» entre el verbo y el predicado. Así, el yo de nuestra oración (que está marcado por la desinencia del verbo) busca alejarse lo más posible de la afirmación de que quizá no asista a la reunión. Ésta, por supuesto, es nada más que una hipótesis, que no resulta tan sencillo sostener y que tiene más de un contraejemplo, pero se podría pensar como una posible explicación de la tendencia de este fenómeno.
Más certera parece ser la explicación social que subyace al fenómeno del queísmo. En Argentina, el dequeísmo es generalmente reconocido como error por las clases media y alta cultas, y busca ser evitado a toda costa, para no ser confundidas con las clases sociales bajas. Así, al evitar juntar las palabras «de» y «que», que conllevan el riesgo de usar un dequeísmo, estas personas incurren en el queísmo, una falta a la normativa de igual trascendencia que el dequeísmo, pero que pasa más desapercibida para el oyente normal. El error normativo en el queísmo es evitar la preposición en situaciones en que ésta completa a la idea del verbo, como «hablar de», «pensar en», «depender de», etcétera.
En esta teoría se contemplan estigmatizaciones que indican que es más frecuente escuchar dequeísmos entre las clases sociales bajas o sin educación —el fenómeno se observa a menudo en jugadores de fútbol, por ejemplo—, mientras que el queísmo es típico de la clase media con cierto nivel cultural, pero con temor a pasar como una persona de clase baja. Sin embargo, esto no se trata más que de una burda generalización, pues ambos fenómenos están tan arraigados a nuestra habla cotidiana que a menudo resulta difícil discernir a simple oído cuándo se incurre en una falta a la normativa. Y, por otro lado, dequeísmo y queísmo son dos incorrecciones normativas —es decir, del código que regula a la lengua—, pero de ningún modo implica que exista una forma de hablar correcta e incorrecta. No hablamos ni «bien» ni «mal»; todos hablamos, todos nos comunicamos, y, entre todos, hacemos y modificamos a la lengua. A lo sumo, algunos hablarán mal o bien de acuerdo a lo que indica la norma general.
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