NARRATIVA ARGENTINA 2.000 (2019), de Nicolás Scheines

Crítica de la crítica

Narrativa Argentina 2.000. Lecturas azarosas de libros de este siglo – Nicolás Scheines – OyD Ediciones – 2019 – 333 págs.

Narrativa Argentina 2.000, de Nicolás Scheines, plantea desde el comienzo una doble lectura: el título puede leerse como «2.0», apelando al juego de colores de los dos últimos ceros en su tapa, y entenderse como una referencia a la web 2.0 que proliferó hace poco más de una década, o puede leerse de corrido, como «dos mil», y entenderse como una simple referencia cronológica, el año que define el objeto de estudio.

Podríamos tomar esta dualidad del título como un anticipo de lo que se va a encontrar en los textos: por un lado, lecturas azarosas de libros de este siglo, con el foco puesto en cada uno de los libros analizados; por otro, una voz narrativa que insiste en hacerse mostrar en cada crítica, al contrario de lo que marcaría el manual de estilo del periodismo cultural tradicional, que invita a ocultar la voz del yo que analiza los textos, como si se tratase de un asceta de la lectura, un lector «objetivo» que dice «la verdad» sobre el libro en cuestión.

Esta doble lectura habilita, también, dos lectores posibles: aquel que busca textos críticos sobre autores menos transitados, por su carácter de contemporáneos, y aquel que lee de corrido una reseña tras otra, acompañando al crítico en la búsqueda que queda planteada desde el prólogo (enseguida volveremos a esto).

Quien lea las reseñas en forma salteada podrá encontrar algunos aportes interesantes en las lecturas de Scheines, aunque puede que se vea decepcionado por cierta falta de rigor académico en algunos casos, y por el desvío de temas y la digresión permanente en otros. Por ejemplo, si un estudiante de Letras está investigando la literatura de Diego Muzzio o la literatura argentina contemporánea que tematiza el siglo XIX, encontrará una reseña de Las esferas invisibles, libro poco abordado por la crítica hasta el momento. Eso sin dudas será positivo, pero puede que se decepcione al encontrar que el crítico da vueltas sobre un tema específico (la cuestión del género literario, en este caso) y prácticamente olvida otras líneas de lectura. Esta falta de profundidad puede ser atendible si se considera que se trata de reseñas escritas para un blog y no de una investigación profunda llevada a cabo en un contexto académico, pero es posible que esto pueda defraudar a más de un lector desprevenido, que busca leer un estudio especializado sobre Gustavo Ferreyra y se encuentra con que el crítico le advierte que tan solo ha leído ese único libro de su vasta obra.

Dicho esto, tal vez sea mejor hablar del segundo lector posible, ese que no está buscando respuestas en cada reseña de libro, sino que se deja llevar por la prosa —algo jergoza por momentos, es cierto, pero igualmente legible para un público amplio—. Lo primero que lee este lector, entonces, es una nota preliminar que especifica los alcances del libro, y que podríamos resumir en una sola palabra: «búsqueda». ¿De qué? Eso está en el prólogo —narrativo y de carácter autobiográfico—, y también lo podemos resumir: la búsqueda que Scheines emprende está vinculada a entender qué es ser un escritor hoy. Según nos cuenta en ese prólogo, él quiere ser Escritor —con «e» mayúscula— desde que tiene memoria, pero no sabe bien qué significa esa palabra, a la que carga con tanto peso (y que se nota que le pesa). Entonces empieza a leer a los escritores argentinos que están publicando en ese momento.

El puntapié lo da con un desconocido fuera del ámbito académico, Eduardo Muslip, cuya literatura, según advierte en el prólogo, conoció en la facultad de Filosofía y Letras (que él se obstina en llamar «Puan», delimitando aún más su lector ideal: alguien que pertenece a esa casa de estudios). Luego lee a Ricardo Piglia, a Juan Sasturain, a Sergio Bizzio, autores que en modo alguno son «lo nuevo» en literatura. Pero está conociendo su objeto de estudio, y resulta interesante la posición en la que se ubica para hablar: la de alguien que no sabe, pero que está dispuesto a aprender. Y, a juzgar por la segunda mitad del libro, parece que algo aprende, porque empieza a establecer relaciones entre los autores que lee, comienza a demostrar cierto conocimiento más amplio, e incluso retrata el momento en el que descubre que la expresión «Nueva Narrativa Argentina», que él usaba aleatoriamente, ya existía, y era todo un concepto desarrollado en el marco de la crítica literaria.

Como se encarga de aclarar varias veces, la selección de autores leídos no busca fijar un canon de «lo que hay que leer de literatura argentina del siglo XXI», y esa libertad que le da el azar autoimpuesto le permite encontrar algunas «perlitas» y armar algunas series que sirven para entender ciertos gestos críticos: por qué algunos autores no alcanzan el reconocimiento, qué relaciones se pueden establecer entre literatura y cine, qué operaciones ejerce el mercado editorial sobre la literatura, entre otras cosas. Además, casi involuntariamente, va encontrando rasgos comunes entre varios de los libros analizados: Puig, Fogwill y Aira parecen omnipresentes en las narrativas actuales, en desmedro de autores más «clásicos», como Borges, Bioy Casares o incluso Saer. Estas relaciones surgen casi como un desprendimiento propio de sus estudios en Letras; hasta podríamos imaginar este conjunto de reseñas como si fuese su tesis de grado para obtener el título.

Más allá de estas observaciones y de estas dos lecturas posibles, el verdadero valor de Narrativa Argentina 2.000 parece radicar en su carácter testimonial: Scheines pretende ubicarse como un referente de su generación, un tipo específico de millennial que en la cultura norteamericana podría estar representado mejor por la Hannah de Girls o por Diane Nguyen, la ghostwriter de la serie de culto Bojack Horseman. Él lee literatura argentina contemporánea cuando su generación aún no escribe —o, mejor dicho, no publica—, y se encarga de leer a contemporáneos pero mayores, con los cuales no tiene lazos de ningún tipo. Hoy, que ya no entra en la categoría de los «veintis», su mirada luce un tanto inocente, pero es justamente por eso que vale la publicación: porque al reconocer esa inocencia en su mirada, decide exponerla, dejarla plasmada en un libro como un testimonio de lo que era leer en un contexto de una web 2.0, durante las dos primeras décadas del siglo XXI. Podríamos decir que el corte lo hizo en el momento justo, cuando sus compañeros de generación ya son adultos en serio, y no ese «proyecto de adultos», esos «adolescentes extemporáneos» que fueron en sus veintis. Es decir, cuando los millennials comienzan a publicar, a ser «la voz de la narrativa joven» en reemplazo de la generación anterior.

 

Un fragmento de Narrativa Argentina 2.000:

La generación del disfrute no es homogénea, no existe en realidad, es —como todo— una mera construcción. Abarca a una porción de la sociedad argentina (¿mundial? ¿La serie Girls [Lena Dunham, 2012-2017] podría ser un paralelo idéntico en Nueva York?) que justamente acarrea esa historia: la de los abuelos o bisabuelos que llegaron en barco con una mano atrás y otra adelante y que sentaron las bases de la nueva familia, no como los migrantes de hoy, siempre dispuestos a volver a su lugar de origen, sino como se hacía entonces, mudándose de una vez y para siempre, echando raíces en el primer puerto nuevo; la de los padres, que ya con cierto capital, pudieron pe­lear por valores, por cambiar el mundo, y sobre todo, también pudieron engrosar el capital, adquirir alguna propiedad, m’hijo el dotor y toda la mar en coche. Los hijos que llegaron después del 80 en estas clases medias y altas no se plantearon no se­guir estudios universitarios, nunca pensaron que era posible estudiar algo que no gustase, y con el título bajo el brazo, solo les quedó el mandato: disfrutá. Disfrutá el sudor de tus ante­pasados, la sangre. Vos ya no tenés que luchar por nada. Vos solo tenés que ser feliz (¿por eso el auge de la autoayuda? ¿Será debido al mandato posmoderno de la búsqueda de la felicidad que hay tantos libros que se proponen resolverla?).

Esta porción de la sociedad tiene una serie de opciones, ninguna demasiado interesante tal vez; de seguro, ninguna imbuida de la épica que ofrece la guerra, o forjar un nombre o una familia de la nada, atravesar el océano en la bodega de un barco para no volver nunca más. ¿Las opciones? Se puede efectivamente acatar el mandato y luchar por mantener lo que los antepasados lograron, incluyendo propiedades, derecho a la educación y salud privada, mucama con cama, puestos geren­ciales, cierto status de «persona para ser envidiada», etcétera. A estos se los conoce indistintamente como emprendedores, gente bien, gente de bien, gente chic, yuppies, empresarios conservadores, gorilas, garcas o grasas (claro, depende de quién los esté mirando). Se puede perseguir la épica de la solidaridad, subsanar el mundo injusto, pero esto nunca va a ser desde un cambio político con la radicalidad que se pensaba en los 60 o 70, sino con asistencialismo (ayudar a construir asentamientos de madera en el conurbano a los pobres parece ser la meca de ese asistencialismo de gente bien con culpa), con donaciones, cursando carreras como Trabajo Social, militando, enseñando matemáticas en las villas, etcétera, siempre apuntando al «cambio que cada uno puede hacer desde su lugar», rara vez dispuestos a resignar ese lugar, a intercambiar lugares con el ayudado. Otra épica: viajar. Creerse el Che o Into the Wild por ir sin rumbo durante meses o años por India, el Sudeste Asiático, América Latina, buscarse a sí mismo, conocer otras reali­dades. La épica que verdaderamente paga, y que no distingue clases sociales: triunfar en el deporte, la guerra después de las guerras, con gran retribución del mercado. La última, sin reconocimiento del mercado pero con buen rédito para el ego burgués que todos llevamos dentro: escribir, cantar, pintar, hacerse un nombre en las artes, poder ser el orgullo de los pa­dres que se deslomaron para ganar dinero, para que el nene y la nena puedan hacer lo que quieran, incluso aquello que rara vez da dinero.

Esta última fue la falsa épica que eligió Unamuno —es la falsa épica del 95 por ciento de los ingresantes en la carrera de Letras—. Que todo se detenga es su segunda novela, lo que hace pensar que está siendo exitoso en lo que se propuso, pese a que esté lejos de ser un escritor de renombre (y él lo sabe). Quizá lo único que distingue a este último grupo de los épicos anteriores es la autoconsciencia, el saber que todo es chiste, que nada importa realmente, hecho que tal vez nos resalte aún más, pues libramos nuestras batallas de mentiras incluso sabiendo de antemano que nuestras plumas no son espadas, sino que solo sirven para jugar una guerra de tinta.

Págs. 156-158

NARRATIVA ARGENTINA 2.000 (2019), de Nicolás Scheines