LA «H» AMORDAZADA

H amordazada

¿Quién dijo que existe una letra muda? ¿Cómo es posible que, si está ahí, no diga nada? De los mismos creadores de la «u» que sigue a la «q» o a la «g», llega la «h» para decirnos un montón de cosas… aunque sea no más que en textos escritos.

Este artículo no pretende ser erudito, ni recopilar todos los posibles orígenes y usos de la «h» en lengua castellana. Para eso, basta sólo con consultar el Manual de Ortografía de la RAE, que provee toda esa información. En cambio, sí buscamos despertar el interés por lo que una sola letra nos puede llegar a decir de una palabra y de su historia. Por ejemplo, un entretenimiento fácil de practicar es rastrear haches que fueron efes en español antiguo. Así, nos encontramos con fierro/hierro, Hernán/Fernán, Fernando/Hernando, e incluso nos pueden surgir dudas sobre un posible origen o un posible destino: ¿«fumar», por ejemplo, estará más cerca de «humar» de lo que nosotros pensamos?

Para traer a nuestra lengua palabras de otros idiomas, la «h» nos resulta de gran utilidad. Personas que no saben inglés saben decir «hot» o «Hollywood»[1], con el sonido de la «j». Sin la hache, esa marca en la pronunciación la tendríamos que inventar; si no, terminaríamos diciendo /ót/ para hablar de algo caliente, tal como decimos /monrróe/ para hablar de la calle que originalmente se llamó /mónrrou/ (es decir, la famosa «Monroe»).

Y este sonido de la hache como una aspiración, presente en el inglés, se remonta directamente al origen de la letra: en griego antiguo se colocaba un signo sobre las palabras que comenzaban con vocal para identificar si éstas tenían «espíritu áspero» o «espíritu suave». Si tenían espíritu áspero, esa vocal debía pronunciarse como si tuviese una jota delante, tal como se pronuncia la hache inglesa.

Al español nos llegó esa misma hache, pero fue perdiendo su simbólico espíritu áspero, mientras que el inglés lo mantuvo. Así,  «Ὅμηρος» es «Homero» en griego antiguo. Pese a no comprender los signos, podrán apreciar claramente que comienza con una «O» y no con una «H». Y, en realidad, comienza con una pequeña «c» elevada, que es el signo del espíritu áspero. De ahí proviene la hache de Homero y de muchísimas palabras más, desde «helénico» hasta «hipotenusa». Esa «h» que algunos llaman «muda», pero que, con su silencio, nos remonta hasta más de 25 siglos atrás.

Por otro lado, reveamos esta supuesta «mudez» de la hache. Las interjecciones suelen llevar «h». ¿Cómo podríamos simbolizar de otro modo esa «a» prolongada, que se va perdiendo en el aire, cuando ante una reflexión inesperada decimos «bah»? O ese acento especial que ponemos en «¿eh?», y ni hablar de la sorpresa que genera un «¡oh!», comparado con una simple vocal que funciona de nexo coordinante adversativo «o».

En tren de abrirle la boca a la hache amordazada, ¿qué decir del dígrafo «ch»? Éste nos permite escribir palabras tales como «estrecho» o la propia «hache», pero además, su sonoridad tiene un cariz afectivo que sirve para infinidad de apodos y nombres cariñosos: Eduardo «Chacho» Coudet, Sergio «Checho» Batista, Mauricio «Chicho» Serna, Juan Manuel «Chocho» Llop y Sergio «Chucho» Escudero son cinco futbolistas que confirman nuestra teoría. Y, si no, pregúntenle a cualquier novia que se sonroja enamorada ante el cariñoso «chanchita» y se enfurece ante el despectivo «cerdita».

Probablemente haya sido Cortázar quien nos despabiló de que la «h» todavía existía, a diferencia de García Márquez, quien la trató de una letra «rupestre». En Rayuela, el autor argentino juega con la ortografía, se burla de norma, e inserta en sus narraciones arrebatos irreprimibles de colocación de haches superfluas, que nos obligan a detenernos dos veces ante esas palabras, que le imprimen un halo de seriedad absurda, irónica: «Hespectador hactivo. Había que hanalizar despacio el hasunto […] La mayoría de sus empresas (de sus hempresas) culminaban not with a bag but a whimper […] Heste Holivera siempre con sus hejemplos»[2]. Una «hempresa» es algo distinto de una «empresa», y está en el lector comprenderlo. En su mudez total, la hache sigue viva, nos sigue hablando.

 

[1] Dos curiosidades mediterráneas con respecto a esto: en italiano nunca pronuncian la «h», ni siquiera en palabras inglesas: así, para «Hollywood» y «Harrison Ford» dicen /ólivud/ y /árrison ford/. Mientras tanto, en España, el famosísimo Homero Simpson se llama «Homer Simpson», y lo pronuncian /jómer/. Lo pueden ver aquí.

[2] CORTÁZAR, Julio. Rayuela. Alfaguara. Buenos Aires. 2006 [1963]. Pág. 436 (Cap.84)

 

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