La literatura que se ve
No es sencillo justificar por qué analizar un guión cinematográfico en el marco de una serie de lecturas sobre nueva narrativa argentina, pero tomamos este desafío convencidos de dos pequeñas hipótesis que queremos defender: 1. el film Historias Extraordinarias es una película, pero es ante todo una narración sostenida sobre todo en la palabra escrita, mucho más que cualquier otra película, lo que lo emparenta directamente con la narrativa que estamos habituados a leer en este espacio; 2. El libro, publicado al año siguiente del estreno de la película, es mucho más que un simple guión cinematográfico, y su mera publicación exige una relectura en clave literaria. Para sostener el punto 1, necesariamente debemos inscribir a Mariano Llinás en un falso linaje literario-cinematográfico que lo encolumna debajo del danés Lars Von Trier, y pone en diálogo directo a Historias Extraordinarias con Dogville (2003), Manderlay (2005) y sobre todo con Nymphomaniac Volume I y II (2013), films en donde la imagen es esencial, pero todo está sostenido en largas narraciones de una voz en off que, separadas prolijamente en capítulos, bien podrían ser una novela (algo similar sucede, por ejemplo, con Big Fish [Tim Burton, 2003], con la diferencia de que el guión de este film sí está basado en una novela). Para el punto 2 tendremos que tener en cuenta las condiciones de recepción de la obra.
Para empezar, es necesario aclarar del modo más sucinto posible de qué va Historias Extraordinarias: la película, estrenada en el 2008, cuenta durante 4 horas y con dos intervalos las historias de X, Z y H, tres personajes perdidos en la provincia de Buenos Aires cumpliendo diversas misiones. Con esa excusa, cada una de esas tres historias trae aparejadas otras, muchas más, infinitos nuevos relatos. Además, el mito dice que la película se produjo con 30.000 dólares y 10.000 pesos de la época, algo irrisorio hasta para un mediometraje. No tuvo el apoyo del INCAA ni de ninguna otra institución, y así y todo se las arreglaron para filmar una escena con un león, y otra escena en África. Y, contra todas las buenas prácticas del cine, que indican que la imagen debe ser siempre autosuficiente, la película es casi exclusivamente una narración en off de lo que las imágenes van mostrando. Un simple ejemplo: en casi todos los casos, la voz en off recrea los diálogos, dice «entonces ella le dijo esto y él le respondió aquello», mientras uno ve que los personajes hablan sin que la banda sonora reproduzca sus palabras. Y así durante 4 horas. Y así fue aclamada por crítica y público, aplaudida a rabiar, fascinante para todos. Algunos comentarios sobre la película se pueden encontrar haciendo click en este link y en este otro. También Llinás dio múltiples entrevistas, como ésta y ésta, y no fueron pocos los artículos de corte más académico que la película suscitó, entre los que destacamos uno de Juan Guillermo Ramírez. Imposible e innecesario ahondar más sobre la película, de la que tendríamos muchas otras cosas para decir y comentar.
¿Pero qué hay del libro? ¿Por qué publicar un guión al año siguiente del (moderado) éxito de taquilla? ¿Para ganar más plata con eso? Parece un tanto inverosímil, teniendo en cuenta que es una edición de 2.000 ejemplares y sabiendo lo poco que se lleva el autor de las ventas. Y ahí es cuando nos detenemos por un segundo a pensar, ¿es esto realmente la publicación de un guión cinematográfico, o es algo más? La lectura de un guión conlleva, tal como consigna Llinás en el prólogo, un mundo posible, una obligación de imaginar todo como una hipótesis, un mundo a realizarse pero aún irrealizado. En cambio —y esto ya no lo dice Llinás—, lo que está detrás de Historias extraordinarias es la mera narración, es el relato punto por punto de esa voz en off que desde el primer momento nos habla desde la ficción, nos exige entrar en un pacto de creación conjunta en donde no hay un personaje concreto ni nada por narrar, sino que es una historia que se crea a la vez que se cuenta, con la complicidad del lector/espectador. «Bueno. Es así: un hombre, llamémoslo X» es un comienzo aplastante porque no hay voluntad de hacer pasar lo ficcional por real, sino que existe una intención de creación conjunta. Es en ese marco en el que las historias se suceden, se reproducen, se multiplican, y el narrador se vuelve voraz, no puede contener su verborragia de hablar y hablar y hablar. La narración no para nunca, ni siquiera en la última historia que se cuenta mientras H duerme, con una clara intencionalidad de saturar al espectador, al lector y a los propios personajes. Y es ahí, justo en el momento en que las historias se habían acabado, cuando la película ya se había visto, que aparece este libro, con un destinatario evidente: aquel espectador ávido de historias, aquel que ya consumió el film y que necesita más. Llinás cumple con su parte del pacto, y mientras presenta el guión esperable (el afán de repetición de los adultos nos recuerda a los niños que fuimos y somos) y le suma una nueva historia, escrita en una sucesión de notas al pie: la aventura de la realización de la película, del rodaje, de la escritura, de la edición, del montaje, de la producción.
En este libro-film sólo hay historias, historias de viaje, de misterio, de relaciones interpersonales, historias románticas, policiales, de guerra, historias que llenan el tiempo, una sucesión de digresiones al mejor estilo las causeries de Lucio V. Mansilla. En la infancia se cree en la aventura, y el mandato que deja la última canción del film es nunca abandonar esa creencia, nunca dejar la aventura de lado: «And the old ones would say / “Child, someday you’ll grow / and the road will take you away”» («Y los viejos dirán: / “Hijo, algún día crecerás / y el camino te llevará”»). El mandato histórico que recibe el chico sigue en pie, en especial en los denominados «viejos» que aparecen en distintos momentos de la narración: Palomeque es aficionado a saberes inútiles, Saponara se emociona como un chico cuando Z le narra lo que supone de Cuevas. Cuevas es el aventurero por antonomasia, quien sale de ese apellido que lo mantiene oculto y viaja hasta los confines del África. Y César, que canta estos versos, y que posiblemente sólo lo defina el viajar y el contar historias. Llinás, al modo de un César Aira, nos llena el tiempo de historias, incluso sobrepasando el soporte original; produce una literatura del exceso, del desborde. Una literatura pensada para ser filmada, pero también leída y oída.
En lugar de un fragmento del libro, proponemos directamente las tres partes que componen la película, disponibles en YouTube: