ENTRE LAS SOMBRAS DE LA NOVELA NEGRA
Tal vez no sea ni muy novedoso ni tan original, pero es necesario de vez en cuando tener uno de esos autores que se le pueden recomendar a todo el mundo, que no fallan, que escriben bien, que saben desde el principio hacia dónde van y que arman esas novelas que son un placer leer, que no se pueden dejar. Juan Sasturain es ese autor, levemente aceptado por la crítica (pero rara vez estudiado) y con relativo éxito en el público (agota un par de ediciones, tiene sus fans que lo siguen desde el mundo de la historieta, y casi todos lo conocen vagamente de la tele). Parece tratarse de uno de esos casos en los que todos esperan que muera para llorarlo y aclamarlo, llenarlo de loas en obituarios preparados en una hora y hacer ediciones especiales después, recomendarlo como al gran autor argentino de la novela negra, como venimos a hacer aquí ahora.
Como decíamos, Sasturain no vino a inventar nada, pero hace algo que le devuelve al lector el entusiasmo: desarrolla una novela de género, que típicamente vimos ambientada en otros lares (sobre todo, Estados Unidos, pero ahora también Italia, Grecia, Cuba o Suecia), con un tono tanguero que encierra toda la trama en una Buenos Aires poblada de argentinos clásicos. Entonces aquel argentino que lo lea no se perderá ninguna referencia, recorrerá el mapa de la ciudad junto con los personajes y tendrá la certeza de saber que lo que lee —esa mixtura a mitad de camino entre el policial y el cinismo puro, entre una multitud de ironías desperdigadas en un texto con una parquedad digna de Hemingway— es tan bueno como lo que alguna vez escribieron Dashiell Hammett y Raymond Chandler (aunque, es cierto, 60 años después) y me permito decir que incluso mejor que las novelas negras de Osvaldo Soriano de los 80, porque el nivel de complejidad de la trama y los personajes es mucho mayor, y los giros resultan más inesperados; es decir, un Soriano más trabajado, mejor preparado.
Pagaría por no verte, en este caso, es una secuela del Sasturain que escribía a la par de Soriano, y retoma a Etchenike, un investigador privado que ya entra en sus años de jubilación, 20 años después de ponerle el cuerpo a sus investigaciones. Ubicada a principios de los años 80, con el gobierno militar de fondo (va y viene del fondo, pero por suerte evita ocupar un protagonismo obvio de golpes bajos y lugares comunes), la novela avanza a toda velocidad y enlaza muchísimos personajes —todos sospechosos, como debe ser—, pero logra perfectamente que el lector pueda seguir la trama con una batería de recursos mucho más elaborada que una cicatriz cruzándole la cara a un personaje: desde variedades lingüísticas hasta apodos o gustos personales hacen que el lector pueda establecer un vínculo con cada uno. Y, como corresponde al género, éstos son mucho más elaborados que una pura maldad o pura bondad: el propio Etchenike, con quien tenemos la responsabilidad de sentirnos identificados, extorsiona, secuestra, dispara a cualquier parte, golpea a mujeres, tiene amigos policías vinculados con desapariciones de personas, etcétera. Su amigo de toda la vida, la hija de éste, a quien conoce desde que nació, las difuntas esposas de cada uno, todos llevan la carga de un error del pasado que los atormenta hasta las últimas páginas, y el tema de la novela es tanto la represión militar y policial como el mundo de los empresarios y el mapa de una ciudad sitiada, pero sobre todo, los vínculos humanos y la amistad.
Si bien esta novela no va a entrar por la puerta grande de la literatura argentina, sí pertenece a la mejor tradición de un estilo un tanto subvalorado que está volviendo: la obra de género. Al enmarcarse dentro de uno, el escritor se atiene a una serie de reglas (Sasturain es bien consciente de esto, y las va desperdigando como una suerte de puesta en abismo a lo largo de la novela) y su lugar para crear es más reducido, pero eso no implica que no se puedan hacer grandes obras de género. Parafraseando alguna idea de Piglia, el inventor de la forma «soneto» es el genio, pero eso no significa que no se puedan escribir grandes sonetos. En este caso, Sasturain practica la mejor versión del género que a mí más me gusta: la novela negra; y lo hace con maestría, sabiendo desde el principio cuál será el final (esa frase tan encantadora y tanguera de Celedonio Flores, «pagaría por no verte»), se nota que se divierte cuando escribe, que lo disfruta, y eso hace que el lector también se divierta y los disfrute. Literatura de entretenimiento. De la buena.
Un pedacito de Pagaría por no verte:
—Hace buenos negocios.
—Me gusta hacer negocios —y Tony Bennett podía transmitir su convicción—. Pero lo que más me gusta son las mujeres. Las mujeres de buen culo.
—¿Y las milanesas?
—Tiene razón —dijo el otro mirándolo con admiración—: las milanesas están ahí, ahí.
Etchenike se explayó:
—La guita y las mujeres o el culo tienen más contraindicaciones que las milanesas. Haga una encuesta acá —y señaló el conjunto—. Hay todo tipo de gente: empresarios, empleados, viejos, pendejos y pendejas, garcas, milicos, algún ratón, los mozos, gatos finos… Si la gente es sincera, borra generalidades como la familia y esas boludeces, las milanesas no bajan del tercer puesto en la general.
—Espere, verificaré.
Mauro Peratta apuró el paso y se introdujo en el grupo en que el coronel de bigotes daba cátedra ante un auditorio mínimo pero dócil a los movimientos de su escarbadientes. Entró y dijo algo y todos lo miraron.
Cuando se volvió para dar cuenta del resultado de su compulsa, el veterano ya no estaba.