EL ERROR DE ORTOGRAFÍA Y SUS MATICES

En la última gira de Roger Waters por Argentina, en medio de un show impactante por la temática y por la puesta en escena, un chancho gigante sale volando del escenario, repleto de inscripciones. La principal decía, justo en el centro de la panza del cerdo: «¿Debería confiar en el govierno?». Esa «v» de «govierno» tiene una explicación lógica, y es que «gobierno», en inglés, es «government», con «v». Sin embargo, el error choca e impacta.

«¿Cómo, en un show en el que todo sale perfecto, donde sonido e imagen son tan cuidados, puede pasarse un error así de burdo? ¿Está mal escrito “gobierno” o me parece a mí? ¿Quiso decir otra cosa en realidad? ¿Por qué, con lo que cuesta la entrada, no son capaces de pagarle a un corrector de español para que les escriba los carteles?» En medio de esta hipotética (y exagerada) sarta de preguntas, el espectador está perdiéndose una parte del show: deja de prestarle atención al contenido, pues se ha distraído, y el error ha despertado en él cierta desconfianza.

El ejemplo, por supuesto, está un tanto sobredimensionado, pero si esto sucede en un recital, imaginen cuán a menudo podrá pasar en un escrito. Muchas veces no se valora la ortografía correcta de un texto porque viene dada. Pero cuando aparece un error, éste se destaca y genera una mezcla de burla y desconfianza que no es fácil remontar para el autor.

El error ortográfico desnuda y ridiculiza a quien lo comete, pues lo muestra incompetente en la mismísima tarea que está realizando. Es como cuando un presidente argentino quiso mostrar sus conocimientos de literatura y filosofía y reveló que había leído todas las novelas de Borges y aseguró, asimismo, haber leído muchos libros de Sócrates[1]. No se espera necesariamente que el presidente de la Nación sepa de literatura o de filosofía, así como no se espera que cualquiera sepa cómo se escribe «escisión», pero si uno decide adentrarse en la materia (ufanarse de ciertos conocimientos el Presidente, hacer uso de la palabra «escisión» aquel que la escribe), debe hacerlo con conocimiento de causa.

Es cierto: un Presidente no es «bueno» o «malo» por sus conocimientos literarios, así como la calidad de un texto no se mide por su «buena» o «mala» ortografía, pero, en cierta medida, levantan una sospecha: ¿por qué esta persona se está metiendo en un terreno en el que no sabe? ¿Sólo de esto opina y no sabe, o hay otras cosas de las que no nos estamos dando cuenta? La sospecha puede ser consciente o inconsciente, pero el error de ortografía, ante quien lo detecta, no pasa indiferente.

De todas formas es central una noción: la del matiz. Hay errores y errores, desde los discutibles hasta los famosos «horrores ortográficos». Escribir «Arjentina» en nuestro propio país es una bestialidad. Sin embargo, si un filipino[2] escribe «Arjentina» estaríamos ante un error grave, pero seguramente sería mucho menos aberrante, casi como escribir «Ejipto» en lugar de «Egipto». Retomando el caso de «govierno», teniendo en cuenta que se trata de una banda de origen británico, y que en inglés, el término se escribe con «v», el error, en definitiva, no es tan alarmante. Además, es importante considerar el contexto: la equivocación tuvo lugar en un recital, y no en una gacetilla de la Real Academia Española.

En este marco de los matices hay que pensar siempre en qué indicaría la lógica del hablante común, cuál es la situación de escritura y cómo lo puede tomar el lector. No podemos alarmarnos ante la falta de una tilde en el contexto de un chat, así como tampoco podemos exigir una perfección impoluta ni siquiera a quienes nos dedicamos a corregir textos.

 

APÉNDICE: Nombres propios

En los trabajos académicos, el error en los nombres de los autores suele ser algo frecuente, que, sin embargo, no parece preocupar demasiado a quienes lo cometen. Sin embargo, confundirse en la escritura de un nombre, por más difícil que éste sea, puede ser un signo de poco compromiso con las ideas de este autor. ¿Cuánto habremos de confiar en un psicoanalista que nos desarrolla con lujo de detalles la interpretación de los sueños, si luego cita a un tal «Froid», en lugar de a «Freud»? Por otro lado, dentro de un ámbito institucional, puede resultar ofensivo para un autor encontrarse citado en el texto de otro, pero con su propio nombre mal escrito.

Y esto no es válido sólo a los nombres de las personas, sino que también se extiende a los nombres de los libros y artículos que se está citando. La incorrecta transcripción de un título puede significar una incomprensión total del texto o la tergiversación de ciertas ideas. Es importante tener en cuenta que, en castellano (y no en otros idiomas, como el inglés o el alemán), los títulos llevan la primera letra en mayúscula y las demás, en minúscula, a menos que se trate de un nombre propio. Así, por citar un ejemplo alevoso, quien se refiera a la obra de Gabriel García Márquez como «Cien Años de Soledad» estará creando una confusión innecesaria, brindando la posibilidad de que la novela trate de una mujer llamada Soledad, que ha vivido 100 años.


[1] No pecaremos de arrogantes, y aclararemos, para quienes no lo sepan, que Jorge Luis Borges no escribió ninguna novela (toda su obra consta de poemas, cuentos y escritos críticos) y que Sócrates no dejó ningún legado escrito, aunque es la figura central de los diálogos de Platón y el maestro de éste.

[2] En algunas regiones de las Filipinas, archipiélago de Oceanía, aún se habla español como lengua materna.

 

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