Voces que no gritan
Corresponde empezar por este libro, por ser su fecha tan precisa con la temática de este blog, y por ser, además, el inspirador de la cita de Daniel Link que funciona como justificación teórica para elegir el 2000 como año de inicio de la nueva narrativa argentina. Además, porque Muslip tiene una voz distinta, una voz de época, de esta época, que se empieza a vislumbrar en Examen de residencia, que asoma mucho más clara en Plaza Irlanda (2005, Cuenco de plata) y que se confirma y se corona en Phoenix (2009, Malón). Es justamente una literatura de una voz, que irritará a los aficionados de las tramas de nudo y desenlace, e irritará por igual a aquellos que esperan una revolución en el lenguaje, una genialidad —o, al menos, una pretendida genial, una intención, un gesto—, y que encantará a lo que probablemente sea un grupo menor de lectores que esperan ser encantados, que se dejan llevar por la lectura sin intenciones de nada.
Es justo insistir en que no todo Examen de residencia logra este efecto, y que en más de un caso hay cierta intención de crear cuentos que cierren, significaciones que pueden ser reveladas a partir de lecturas atentas y tramas que dan algún giro. Sin duda, todos estos cuentos (“Power Rangers”, “Examen de residencia”) son los peores, los más mundanos, los menos interesantes. Pero hay un narrador que asoma en esta colección —y que ya había estado presente en la novela juvenil Hojas de la noche, con la cual ganó el Premio Colihue en 1995—, que se caracteriza por una voz temerosa, analítica, observadora, llena de dudas e inquietudes que comparte a cada oración, en cada salto de página, creando mundos atrapados en pequeños departamos donde el personaje encerrado sale todo el tiempo de allí a través de las palabras, del pensamiento, y el mundo visible es el de su cabeza. Se trata de una voz llena de ternura y de cierto sufrimiento, que es el que viene aparejado con al mandato cortazariano de mirar siempre por el intersticio, por la hendija de lo real y cuestionar todo el tiempo lo que nos es dado.
Así es como procede este narrador, estudiante o licenciado en Letras, según pasan los años, más o menos homosexual —también depende del paso de los años, de la liberación de ataduras—, que se enfrenta al terrible mundo moderno en el que ya no hay nada para decir, en el que sólo quedan las minucias, migajas de literatura; que se entienda: las grandes obras ya están hechas, Borges-Arlt-(Cortázar)-(Puig)-Saer-(Aira), el canon está armado, y he aquí el gesto novedoso o, al menos, característico de esta nueva narrativa post-2000: la resignación del escritor a ser uno más, a contar su mundo, a detenerse en los detalles, a ver pasar el tiempo.
Muslip es un gran escritor sin mucho que contar. No especialmente porque él no tenga nada para decir, sino porque da la sensación de que ya todo está contado, de que la Gran Novela Argentina ya se hizo (¿Rayuela?) y que los cuentos son sólo para unos pocos lectores. Y para esos pocos escribe Muslip, creando mundos íntimos, consciencias productivas y fluidas, relaciones complejas e inexactas, vacilaciones y una pequeña colección de observaciones, que nunca citaremos con el orgullo y la grandilocuencia de decir «como dice Borges», pero que nos regocijarán en ese instante de lectura, en esa charla cara a cara con el narrador, que nos cuenta algo, y que a nosotros nos interesa porque somos lectores, porque nos enfrentamos a los libros ávidos de escuchar, y sobre todo, de escuchar voces claras, con personalidad, con la potencia de la palabra, aunque ésta genere más ternura que cambios bruscos. Por eso Examen de residencia marca el ingreso de una nueva sensibilidad (que sin duda compartirá también el nuevo cine argentino, ése de los silencios marcados y los fuertes sonidos de ambiente, donde se apoya un cigarrillo y se escucha cómo se apoya un cigarrillo), enfocada en el detalle, sin pretensiones universalistas ni localistas, que crea pequeños mundos personales en medio de un mundo cultural que ya da vueltas desde hace rato, y que pocos se detienen a oír. Y ahí están entonces los cuentos de Muslip, para esa minoría que no busca extravagancias ni enseñanzas ni historias rebuscadas: sólo busca seguir leyendo.
Dos pedacitos de Examen de residencia:
Viviana mantuvo el silencio. El tono neutro de Mario, casi administrativo, la irritó muchísimo. Se preguntó cómo podría él conseguir dinero de un viernes para el sábado, pero no quería averiguarlo: lo que en otra época habría sido una pregunta común, en ese momento, ya separados, podía verse como una intromisión; Viviana percibió la diferencia —una señal menor, pero muy clara, de la distancia que se había producido entre ellos— y se deprimió un poco. El sentirse afectada por eso la irritó aún más; no quería reconocer en sí nada que indicara algún resto de atracción hacia él. Por otro lado, no quería recibir ninguna explicación; para eso hbaría sido necesario que él hablara, y ella había logrado llegar a detestar la voz de su marido, que en un principio le había parecido de una neutralidad que señalaba ocultas agitaciones, y que con el tiempo había dejado de señalar nada. «Es más apropiada para un empleado bancario que para un escritor», solía decir.
«Power Rangers», pp. 54-55
Aunque, como alguien alguna vez me dijo, en esta época las distancias no son enormes, los distanciamientos no son tan radicales, ahora todo es distinto, uno puede comunicarse por correo electrónico permanentemente… Eso me había disgustado un poco, sentí que, si una persona se iba, debía tener también la posibilidad de abandonarse libremente a la melancolía de incomunicarse con «su» gente, por algún tiempo.
¿Querría yo incomunicarme con «mi» gente? Veía pasar a los que atravesaban el túnel, tantos, con aspecto esforzado, laborioso… Tenían, en realidad, aspecto más esforzado que laborioso; la palabra «laborioso» me hacía pensar en una actividad sostenida y minuciosa, como la de un responsable campesino que ara hasta la última parte de su campo, esparce la semilla, está atento a las filtraciones del granero, pone trampas para las ratas… es decir, una actividad constante, productiva, de resultados acumulativos. A veces me parece que la gente que me rodea simplemente se esfuerza, se cansa, despliega una energía un poco deprimente para hacer frente a incomodidades que son siempre más o menos las mismas, los obstáculos crecen como dientes de roedores, los resultados nunca parecen acumulativos, es como si siempre se estuviera recomenzando… Estela Muscari, por ejemplo, era, sin duda, una persona esforzada.
«Estela Muscari», pp. 84-85
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