¿EL GRAN ESCRITOR NACIONAL?
Por fortuna hemos decidido destinar un espacio al final de cada reseña para reproducir un pedacito del libro. Así, para hablar sobre El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan, de Patricio Pron, poner un fragmento del cuento «Es el realismo» nos ahorra describir algunos elementos que componen su estilo, desde su ascética narración made in Roberto Bolaño hasta quién es él mismo: argentino de origen, pero autoimplantando en una cultura y un lenguaje neutro que entra en constante lucha con su país y su ciudad natal. Porque Pron «coge un autobús», pero vivió hasta los 20 años en Rosario, edad suficiente para conservar una forma de hablar por el resto de la vida. Si aún quedan dudas sobre si Pron escribe en un español neutro para ser más vendible en toda la región (como hacen muchos best-sellers mediocres), basta escucharlo hablar haciendo click aquí. Su español implantado es parte de su obra, parte de una actitud de escritor (como la locura y la soberbia de Fogwill, por ejemplo), que no valdría de nada si escribiese mal, pero que sí resulta significativa en medio de una escritura tan cuidada, donde el uso del lenguaje es central para la construcción de sus textos. Esta pose de una voz y una terminología que no es ni argentina ni española ni alemana compone una figura de autor que no se quiere instalar en un linaje, en una herencia, porque sabe que si lo hace, deberá aguardar hasta los 40 años para ser «un joven escritor». Entonces Pron reconoce en su juventud un potencial, y confía en sus capacidades narrativas lo suficiente como para hablar fuerte, como para hacer un libro de cuentos escrito por un argentino en el desarraigo, pero que casi ni menciona a Argentina, que evita la nostalgia y el color local, el mirar para atrás, el dirigir sus tópicos hacia la patria abandonada y añorada, y escribe como si él mismo fuese una traducción en versión neutra de un autor local, de un alemán de pueblo, que escribe para sus congéneres alemanes del mismo pueblo, y que sólo por casualidad y por su más que aceptable nivel llega a algún lector argentino. Es como si la forma de escaparle al peso de que su literatura sea catalogada como «borgeana», «cortazariana», «puigiana» o «saeriana» sea volverse un extranjero que escribe en Alemania, usa tópicos europeos, publica en España, y sólo tangencialmente, por una casualidad de haber nacido aquí, se lo rotula como «literatura argentina».
En el segundo cuento de la colección, «El viaje», Argentina aparece como parte de una fantasía de viaje de un viejo alemán, como un destino remoto del mapa, en el que «las calles están pavimentadas de la plata que extraen del fondo del río». Oscilando entre la ironía del desconocimiento del europeo sobre nuestro país[1] y el exotismo de presentarlo como «un gran país de América del Sur», Pron se desprende del peso del significante, y abandona la idea de que esas nueve letras tengan un valor adicional dentro de sus narraciones. Más adelante aparecerán algunas alusiones obvias a los juegos de Oliveira y la Maga (los personajes de la Rayuela de Cortázar) para encontrarse en París (en «El estatuto particular», y también en «Es el realismo») o incluso un epígrafe que recuerda a Borges, en un cuento que comienza como una reversión de «Pierre Menard, autor del Quijote», y termina siendo un mamotreto insostenible de nombres alemanes irraestraeables para cualquier lector argentino, una vez más con un estilo bolañesco de obsesión por las series. El cuento en cuestión es «Contribución breve a un diccionario biográfico del expresionismo», y resulta completamente «salteable», pero funciona como una muestra de la intensa búsqueda de Pron por reinventar la forma-cuento. En él busca estirar al máximo sus límites y testear cuántos «pos» le caben a la palabra «modernismo». Además, este cuento sirve para forjar aún con mayor intensidad esa imagen de escritor no-argentino, un conocedor de la cultura alemana, un erudito, que en ningún momento se distancia de ese conocimiento, sino que lo exhibe como un signo de pertenencia a ese mundo germánico.
Ya es banal decir que es difícil comulgar en simpatías con Pron, un falso extranjero que descree de su nacionalidad y se burla con cinismo de un chauvinismo demodé de parte del argentino medio. Incluso podemos decir que varios de los cuentos de El mundo son prescindibles, que individualmente no hay tanto para destacar. Tal vez sean admirables solamente la fuerza de la narración de «Tu madre bajo la nevada sin mirar atrás» y el juego literario de «El cerco». Pero rescatar su literatura como un nuevo modo de escribir, sin ataduras ni esquemas, lejos del peso del linaje, y con un innegable talento para narrar, parece fundamental para entender a Pron como algo ciertamente novedoso en un mundo literario marcado por autores concentrados en pensar qué lugar deben ocupar dentro de la literatura nacional (y, al decir esto, somos conscientes que, por omisión, hay que reconocer que Pron también se mide por esta vara).
Es por eso que destinamos el último párrafo a erigir la que sí es una pieza maravillosa, un cuento ineludible dentro de la nueva literatura argentina, que es «Es el realismo». Con una historia particular, que comienza por el Premio Juan Rulfo de Relato ganado en 2004, este cuento forma parte de la edición española de El mundo, pero no de la versión argentina, ya que fue editado aparte, por Eloísa Cartonera. Si habíamos deslizado que la personalidad del autor define o acompaña en cierto modo a su literatura, no podemos dejar de considerar este gesto como literario, pues en el país de origen se saca del mainstream de Mondadori el cuento más polémico de todos, aquel que nadie quiere leer, y que deja a todos mal parados. Es la historia de «P», un escritor que escribe porque no le queda otra, porque es su pulsión de vida, pese a ir a París con el único objetivo de dejar de escribir, de abandonar el tormento que la escritura le produce. Y también es la historia de «nuestro novelista», un escritor de carrera, que comienza por los talleres literarios, avanza con algún cuento y algún premio, y acaba siendo reconocido y becado para escribir literatura histórica, con título de jurado prestigioso en concursos y con el clásico mote de «escritor de renombre», es decir, un escritor que vende. El mapa por el que ambos recorren París, todo el tiempo a punto de encontrarse, una vez más, como la Maga y Oliveira, es el fondo que contrasta con las dos figuras posibles que habilita la literatura nacional, el del escritor adaptado al mercado y el del escritor sin dinero, vagando, perdido en la angustia que le provoca la escritura. Si para uno las letras son el acceso a las mujeres, el dinero y el prestigio, para el otro no son más que la pura perdición, una fuente de problemas que no se puede abandonar. Con el mayor cinismo posible, el narrador denosta al primero, sin tener suficientes argumentos para poder erigir al segundo, pues su «inclinación» no es algo que desea, sino que no puede evitar. Se trata de un cuento que ya era hora de que alguien escribiera, pese a que no sea publicado para el acceso de todos. De todas formas, como pequeña contribución, dejamos aquí el link para que lo puedan leer: «Es el realismo», y a continuación, un pequeño fragmento:
Un pedacito de El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan:
Un par de libros después, comprendió que en su país un escritor joven era alguien que había cumplido los cuarenta poco tiempo atrás, y se dijo que aún le quedaban dieciséis años para que la industria lo tomara en serio, y pensó que en esos dieciséis años podían suceder dos cosas: podía salir todo bien y él podía convertirse en un autor de relativo prestigio, alguien que escribe libros y los publica y a veces escribe también para los periódicos, alguien con un auto y un perro y quizás hijos que se enferman de enfermedades por fortuna poco serias pero que hacen ver que cualquier problema literario es una nimiedad y algo en lo que no vale la pena pensar demasiado, o podía salir todo mal y él podía convertirse en alguien lleno de rencor, en alguien que envidia la suerte de los otros y a veces aún escribe en la cocina de su casa cuando su mujer y sus hijos duermen. P evaluó ambas posibilidades y las dos le parecieron terribles, y pensó que tenía dieciséis años para desperdiciar su vida de la mejor de las maneras y luego ser un escritor joven en su país, así que se marchó; desde entonces, sus opiniones literarias ya no tienen ninguna importancia para nadie, salvo para él, piensa, y le gusta que así sea.
Fragmento de «Es el realismo», que forma parte sólo de la edición española.
[1] No son europeos, pero sí primermundistas: imperdible recopilación han hecho en YouTube sobre cómo aparece el país según el cine y las series. Mi momento favorito está entre los minutos 3 y 4, cuando uno de los personajes de la serie How I Met Your Mother abandona todo y se va a un lugar llamado «Argentina», donde hay palmeras y playas paradisíacas, se consume mango, se vive en quinchos con techos de paja, se hacen «trenzas playeras», no existen las computadoras y los hombres son galanes como el español Enrique Iglesias.
Pingback:LADRILLEROS (2013), Selva Almada - Ortografía y Demonios | Ortografía y Demonios