Saldando deudas intelectuales, leyendo Nueva Narrativa Argentina
Elsa Drucaroff parece una ex víctima del acoso escolar (hoy conocido como “bullying”). Una de esas que se repuso, que se pavonea orgullosa frente a quienes la maltrataban, y que tiene con qué. Enemistada con cierta parte de los colegas de su generación, despotrica contra todos (con especial saña contra Alan Pauls y Graciela Speranza y la mayor Beatriz Sarlo, tal vez por alguna envidia malsana a un prestigio que bien podría haber sido para ella misma, por ahí porque ellos se prestan al juego de las grandes corporaciones mediáticas —principalmente Sarlo, «voz culta» del Grupo Clarín, pero también en cierta medida Speranza y sus colaboraciones para los medios de Clarín, o Pauls y su contrato con la gigante Turner Broadcasting por su ciclo en I.Sat—). Chismes y rencillas aparte, Los prisioneros de la torre (Emecé, 2011) es un ensayo ineludible para comprender la Nueva Narrativa Argentina, al punto tal que sin saberlo («todos nacemos originales y morimos copia») yo mismo tomé el nombre de esta sección de ese libro que leí a posteriori.
Drucaroff, con ánimos de desprenderse de su generación y de darles una cachetada a los pomposos escritores de la academia agrupados en torno a la revista Babel a principios de los 90, se plantea como la descubridora de una nueva generación de escritores, y realiza el trabajo más exhaustivo que se ha hecho hasta el momento sobre literatura argentina actual. Su corpus de estudio comienza con el inicio de la década menemista y finaliza en 2007, pero es evidente que desde entonces siguió leyendo y ocupándose de los jóvenes narradores argentinos, casi como una madrina. Parece una rebelde que, por tener espacios limitados de aceptación dentro de su propia generación (tal vez estigmatizada por haber estudiado en un profesorado, tal vez por mujer, o simplemente porque su literatura nunca logró interesar a quienes debía) y por haber quedado prácticamente excluida de los lugares que componían esa falsa disputa entre escritores «Shanghai» o babélicos (los agrupados en torno a la revista Babel: Alan Pauls, Martín Caparrós, Sergio, Bizzio, Sergio Chejfec, etcétera) y los de la colección «Biblioteca del Sur», de Planeta (dirigida por Juan Forn y representada sobre todo por él mismo y por Rodrigo Fresán), se hizo cargo de la generación siguiente. Si hasta 2007 todo es analizado en ese necesario y entretenido libro que combina la lectura atenta y erudita, la anécdota personal y el chisme, desde esa fecha hasta 2012, el trabajo que Drucaroff realiza para InterZona es cualitativamente distinto, aunque sigue por la misma senda: ya no arma un sistema de lecturas ni elabora teorías sobre el avance de las nuevas narrativas argentinas, sino que crea pequeños tópicos en los cuales descubre a nuevos autores (incluso nuevos para lo que era el canon que se había armado en torno a la «Nueva Narrativa Argentina»), y les da la voz a ellos. A partir de ahí, el Panorama InterZona de «narrativas emergentes de la Argentina» se compone de poemas, cuentos, piezas teatrales y breves ensayos de autores argentinos inéditos o relativamente desconocidos, que con variado valor literario y posibles disparidades en gustos, son todos de una probada calidad, lo que demuestra, por un lado, que Drucaroff es una hábil lectora y «buscadora de promesas literarias» y, por otro, que su tesis de que la literatura argentina no ha finalizado ni caído en un bache ni nada parecido es cierta: sigue siendo escrita, y en un buen nivel.
A diferencia de las colecciones que comentamos en las dos entradas anteriores (la de Vanoli y Copacabana sobre la Alt Lit norteamericana, y la de Grillo Trubba sobre los años 90), en este Panorama no hay una vinculación específica entre los escritores, o al menos no parece haberla de forma tan cabal como en esos casos. En la selección de la Alt Lit todos esos autores se leen y se admiran y se discuten entre sí a través de la web; casi todos los autores que escribieron sus cuentos para la colección Uno a Uno justamente fueron convocados especialmente para ese motivo, y se conocen, admiran y discuten a través de la web y también en forma personal, compartiendo no sólo otras colecciones de «nueva narrativa argentina», sino los mismos espacios en revistas, eventos literarios, etcétera. Es decir que la vinculación entre ellos (y también la contaminación) es extrema, y sus producciones, si bien muy diferentes (Washington Cucurto, el gran Distinto allí) y con estilos propios, pueden ser vistas como composiciones más bien homogéneas entre sí, algo que en este Panorama InterZona no sucede, tal vez porque quienes fueron antologados no se conocen entre sí, tal vez porque ya habían producido sus textos sin los requisitos preformateados de un cuento hecho a pedido, muy probablemente por pertenecer todos a géneros diversos. Discusiones aparte, es indudable que entre ellos la coherencia es mínima, y si el primer cuento narra una Buenos Aires futurista y macabra, donde los cadáveres se riegan por las calles y las familias se reúnen en el living para realizar autopsias (el relato más sórdido del libro es cortesía de Bruno Petroni y se titula «Cambalache»), el siguiente texto es una obrita de teatro con personajes que hasta pueden resultar queribles en su fracaso, un par de actores tan sedientos de cámara que se consuelan con actuar delante de una cámara de vigilancia en la puerta de una mansión («El casting», de Sebastián Kirszner).
El libro avanza constantemente entre uno y otro género (con predominancia del cuento, pero con buenas dosis de teatro y crítica también; no tanto de poesía) y se vuelve una maleza poblada de las más variadas especies, no tan sencillo de abordar pero muy productivo a la hora de tener un pantallazo general de algo de lo que se está escribiendo, y una certeza definitiva de que hay cosas muy buenas entre la Nueva Narrativa Argentina. Al ser tan variado en su contenido, es justo decir que muchos de los relatos que aparecen merecen un espacio de discusión propio (en especial los ensayos, por su riqueza de temáticas, y el teatro, porque en casi todos los casos son excelentes), pero muy rápidamente se pueden señalar como ineludibles —entre otros— las dos obras ya mencionadas, así como los cuentos «Los tres», de Eva del Rosario y «Autólisis», de Enzo Mosquera, y la pieza teatral «Rodeo. Monólogo en tres actos», de Agustina Gatto, de la que transcribimos el comienzo. En otros casos todo resulta un poco más incomprensible (tal vez por mis propias dificultades para leer poesía), como en el poema «Estaba meando…», de Federico Torres (que también transcribimos a continuación, a modo de ejemplo de lo que creo que justamente no es —no debería ser— lo nuevo en literatura), o en el pequeño relato «El día que salí…», de Rocío Navarro, y ni hablar de la lastimosa inclusión de un ensayo en el que se hablan maravillas de la propia Drucaroff, e incluso el autor cita palabras de la propia compiladora a la salida de un teatro al que asistieron juntos (!). Más allá de este percance, el Panorama InterZona es un buen vistazo a mucho de lo más digno que se está produciendo hoy en la narrativa argentina, y brindamos por ello.
Un pedacito de «Rodeo. Monólogo en tres actos», de Agustina Gatto…
Primer acto
En algún pueblo de la Pampa argentina. Cody Right está en una tarima, algo parecido a un escenario. Mientras ingresa el público —la gente del pueblo— está parado, sosteniendo un pequeño banco con sus manos. Botas, camisa, pañuelo en el cuello y sombrero que remiten al lejano oeste. Un estuche de gutarra en algún lado.
Apoya el banco y se sienta. Escruta al público con la mirada.
CODY RIGHT: Les voy a contar una historia. (Sonriente.) Porque algunos la andan contando mal. Se trata de mí, de mi familia… y de ustedes.
Empieza con mi abuelo, William Stuart Right, que era un hombre de principios, sí que lo era. Tuvo su vida, ya saben. Desposó a Mary Claire Orson y le dio tres hijos varones: Steve, el rayo; Billy, el bobo y mi padre: John Q. Mary Claire… esa sí que era una tipa graciosa, ¡lloraba todo el día! Steve le decía (Imitándolo.) «¡Oh Mary, vas a inventar un río más grande que el Mississippi si sigues berreando así!»… Las mujeres son todas unas tipas graciosas. Mi abuela era de Guanajuato, México; ustedes saben, un pequeño pueblo, lleno de colores y de gente hablando en español. Gran abuelo la consiguió allí y la llevó. (Orgulloso.) Él era de Texas (Un comentario.) Bueno, en realidad el nombre verdadero de abuela era Clemencia Llamas, pero gran abuelo la apodó Marie Claire Orson.
p. 131
«Estaba meando…», de Federico Torres (el poema completo…):
Estaba meando
En el mingitorio de al lado
cae un flaco.Yo no creo viste
pero ahí nomás me di cuenta,
no sé si por la barba o qué
pero me di cuenta
¡era Jesús loco!«¡Cuántas cosas tengo que preguntarte!»
le digo.
Él sonríe con una sonrisa sabia.«Para eso estamos» me dice
y se sostiene la túnica con el mentón.Y el sonido del meo era fuerte y claro.
Retumababa en mi cabeza
como una enorme cascada,
como todas las cascadas juntas.No pude más
cedí a la tentación…
le miré la pija.
«Puto» me salta cuando se da cuenta
«Ustedes no entran al reino de mi padre»
me dice mientras la sacude y la guarda.Un cabrón.
p. 112
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