EL CANON LITERARIO ARGENTINO EN UN EQUIPO DE FÚTBOL
A veces explicar la literatura argentina para quien no la conoce tanto no es sencillo, y más allá de los primeros tres o cuatro nombres, el argentino de pecho inflado puede llegar a fallar cuando presenta su biblioteca ante un extranjero. Aquí proponemos un cuadro sinóptico que pretende resumirlo todo, pero armado sobre una cancha de fútbol fácil de recordar, para que se diga de memoria, al modo en que los viejos rememoran esos equipos de los años 60 en un parpadeo y sin respirar.
Dos advertencias antes de presentar la formación: el texto que aparecerá a continuación está destinado únicamente a quienes dominen la terminología del idioma universal del fútbol; quienes no conozcan ese lenguaje posiblemente entiendan lo mismo que aquel que desconoce las notas musicales y se dispone a leer una partitura. La otra advertencia: este artículo, presentado como juego, trae encubierta la conformación de un canon establecido y no necesariamente de preferencias personales (aunque, hay que decirlo, un poco sí); su validez de ningún modo es absoluta, y a la vez es ciertamente deseable que se vea modificado en el tiempo.
Ahora sí, el equipo:
Nos atendremos a una formación tradicional, con cuatro defensores, tres volantes, un enganche y dos delanteros. Todo buen equipo de fútbol debe contar con una “columna vertebral”, usualmente compuesta por el arquero, el 2, el 5, el 10 y el 9, es decir, los jugadores que ocupan el centro de la cancha. Este equipo, por supuesto, no será la excepción.
El arco entonces lo vigila Domingo Faustino Sarmiento, el único verdadero prócer del equipo, la Experiencia con mayúscula, el hombre de las batallas ganadas munido de una pluma (y a veces también de una espada). Casi el fundador del fútbol en el país, sobre sus palabras se definieron muchas de las bases de este equipo. Justamente, hablando de bases, Sarmiento es el veterano de otro equipo, aquel del siglo XIX que tenía a Alberdi, a Moreno, a Echeverría, a Mansilla, a
Mármol; muchos de ellos podrían jugar, pero este seleccionador piensa en el próximo mundial y decide dejar a este buen team para jugar en Veteranos.
El 2, al modo en que jugó Perfumo, elegante e imponente, se erige la figura del polémico y poco aclamado Leopoldo Lugones, quien con El payador instaló una forma de ser
nacional que perdura hasta hoy, dándole al gaucho una centralidad que no tenía. Il Capitano es potente declarando, y hasta marca diferencias con el arquero al pregonar que era momento de dejar de lado la pluma, pues ya era “la hora de la espada”. Poco querido por el resto del equipo, es sin embargo tomado como faro por muchos de sus integrantes.
Distribuyendo y metiendo, con toques sutiles y con cruces mordaces y alevosos, José Hernández se para de 5 y es amo y señor de la mitad de la cancha, que parece que va a ser suya por siempre. Lugones lo vio en Inferiores y le sugirió al técnico que lo ponga en Primera, que iba a comandar como nadie. Y ahí, gaucho cuatrero y guitarra en mano, no se hizo problema para cantar sus coplas y cruzar a quien haga falta, aunque sea ese arquero-símbolo al que todos admiran.
Más adelante se para con desenfado Julio Cortázar, portando la 10 en la espalda, la más vendida
de todas las camisetas. Con su estilo larguirucho y su camiseta XL, recuerda a Sócrates, el gran delantero-político brasileño en su forma de jugar, siempre con una sonrisa, siempre seguro de que esto es apenas un juego, pero que por ello mismo hay que jugarlo con la mayor seriedad y responsabilidad posible. Demuestra compromiso con el equipo, aunque a veces se le critique, como a todo enganche, por ser lagunero, desaparecer durante largas temporadas y preocuparse más por los chiches que por llevar el balón a destino.
El 9 es infalible, punzante, nunca da puntada sin hilo y le bastan apenas un par de movimientos sin pelota para dejar a toda la defensa fuera de lugar y mandarla a guardar: Jorge Luis Borges es el centrodelantero con el que cualquier equipo sueña, el jugador emblema de este equipo, aunque su discreción no lo quiera (ojo: por lo bajo, es el que más llegada tiene al DT a la hora de dar consejos).
Esta columna parece inapelable y autosuficiente, pero gracias a un equipo sólido, puede apoyarse en las bandas. De especial predilección para el DT, que los promocionó a más no poder, están el 3, Roberto Arlt, y el 11, Juan José Saer, que hacen la banda izquierda. A Arlt su puesto le cuesta especialmente, porque su pierna hábil es la derecha, y ni siquiera… Lo suyo es todo esfuerzo, llegar primero e irse último de los entrenamientos, es participación, pedir la pelota en las difíciles, no achicarse nunca. No hace buenas migas con los otros y mira torcido, pero tiene una serie de hitos en su espalda que avalan su titularidad indiscutida así como las habituales ovaciones de la hinchada. Saer, en cambio, es un joven poco coreado, pero los que ven los partidos de la Tercera desde siempre saben que está al nivel de los mejores, y que, pese al excesivo firulete y las pisadas constantes que le hacen difícil llegar hasta el fondo, él sabe lo que hace, tiene la habilidad de dominar al rival.
Por derecha el tándem es más desparejo, con dos jugadores que no se entenderían nunca: Rodolfo Walsh juega a pierna cambiada en el mediocampo, para poder encarar y definir de un fierrazo desde afuera del área. Antes jugaba por su banda natural, la izquierda, para llegar hasta el fondo y tirarle centros para que Borges cabecee, pero ya no más: sus puntos de vista irreconciliables hacen que nunca más le vaya a dar un pase al 9 (a quien, por otra parte, esto poco le importa). Walsh es obstinado en la marca, colaborador, y si le dan la opción de ganar un partido colgados del travesaño o de arriesgar el resultado a fuerza de no revolear la pelota, nunca va a dudar en elegir esta última. César Aira, en cambio, es apocado, rara vez pide la
pelota, nunca pasa al ataque y tal vez su defensa parezca endeble. Es cierto, son pésimas características para un 4, y de hecho muchos en la tribuna lo cuestionan. Su mérito está en que tiene muy claro lo que hace, es trabajador y constante y no quita nunca el ojo de la meta, a la que llega con voluntad de hormiga, aunque salir campeón le resulte de lo más trivial e irrelevante. Los que saben dicen que con el tiempo va a ser inamovible en este equipo, aunque no son pocos los murmullos que se escuchan cuando agarra la pelota.
Completando la defensa aparece un jugador de fuste, el que le enseñó a Borges a cabecear, pero que él apenas lo usa para rechazar pelotazos sin hacerse mayores problemas: el segundo marcador central es Macedonio Fernández, el más querido entre sus compañeros, el que más se burla de todo esto que llaman fútbol. La tiene dominada, pero elige ocultarse en la defensa, salir jugando con elegancia, mirar el partido desde el fondo. Total que no tiene que demostrarle nada a nadie, y así todos contentos…
El último titular se para de 7, al lado de Borges, y no le importa en lo más mínimo su figura inmaculada. Rodolfo «Quique» Fogwill es un «pendejo» en este equipo, que se metió de prepo en las grandes ligas y nunca cambió su actitud de rebelde, de chico malo que ni al emblema del equipo respeta. Algunos pusieron en duda que pueda estar a nivel, pero la camiseta no le pesó, ni se inmutó cuando se la colocaron, y siguió corriendo para todos lados y pateando en cada oportunidad. Es más, habla pestes del DT ante los medios, y éste lo sigue incluyendo en su equipo.
¿Quién es el DT? Ricardo Piglia, sin dudas, el estratega que mejor sabe manejar estas piezas, el que conoce todos los nombres y la mejor forma de ensamblarlos. Por supuesto, no está solo, sino que es la cabeza de un grupo mayor, donde los principales cargos del cuerpo técnico son ocupados por mujeres.
Ojo que Piglia no juega sólo con 11. Sabe de la importancia del recambio, y para eso armó con cuidado el banco de suplentes: si hay que mantener un linaje y la voz de la experiencia frente a alguna lesión del ya mayor Sarmiento, el arco va a estar bien cubierto por Ezequiel Martínez Estrada, conocedor de la geografía del área, y también delicioso ejecutor de penales (aunque fueron realmente pocos los que le tocó patear). El central suplente impone respeto con sus bigotazos y su presencia. David Viñas rechaza con izquierda, con derecha, con la cabeza y si hace falta también alecciona a algún delantero rival. Es un aguerrido en las áreas. Además, es de esos que le pueden soplar algún cambio al DT. Manuel Puig es todo lo contrario: entra en caso de lesión de alguno de los laterales, pero sus modos son tan delicados que es posible que lo pasen por encima en el primer contraataque. Su lugar, sin embargo, es esencial, ya que es versátil y puede ocupar casi cualquier puesto dentro de la cancha.
Osvaldo Lamborghini es el 5 suplente, reparte juego, es mordaz y va siempre a los tobillos. Ernesto Sabato aspira a la 10, pero no convence ni al DT ni a sus compañeros; sigue siendo convocado sólo porque el público lo aclama cada vez que pisa un estadio, pero es de esperar que en próximos mundiales ya no esté en la lista. Copi, en cambio, es nuevito, una apuesta del DT (aunque, hay que decirlo, no fue una ocurrencia del DT). Es enganche, vino de Francia y tiene experiencia como profesional también en handball. Nunca se sabe qué es lo que va a hacer con la pelota, por eso es ideal para hacerlo ingresar cuando el equipo está perdiendo y ya se quemaron todas las naves.
El último suplente es el delantero. Vendría a ser como un Crespo de Batistuta, un buen jugador que va a quedar eternamente marcado por la sombra de quien tuvo adelante. Adolfo Bioy Casares nunca aspiró a usar la 9, porque sabe que Borges la lleva mejor que él; sólo aparece cuando su amigo debe abandonar el campo de juego. De todas formas, los defensores rivales no se deben confiar, porque la precisión de Bioy en la definición es siempre exquisita.
Este es el plantel de hombres que juegan para el Canon de la Literatura Nacional Argentina. Ya se dijo que algunos de los viejitos quedaron afuera, y hay muchos otros que estaban en la lista de preseleccionados pero que no pudieron pasar el corte como Oliverio Girondo, Marco Denevi, Juan L. Ortiz, Roberto Mariani, Elías Castelnuovo, Héctor Libertella, Haroldo Conti, Raúl González Tuñón, los hermanos Discepolo, Leopoldo Marechal, Atahualpa Yupanqui, Abelardo Castillo, Miguel Briante, Manuel Mujica Láinez, Osvaldo Soriano, Tomás Eloy Martínez, Roberto Fontanarrosa, Leónidas Lamborghini, Martín Kohan (en él se expresan muchos otros de su generación, que tal vez figuren en próximos mundiales), Eduardo Mallea, Jorge Asís y Marcos Aguinis (estos tres últimos fueron a pedido del público; el seleccionador ni los consideró).
Y también debe haber algo que salte a la vista: así como en el fútbol de Primera, la selección de escritores tampoco es mixta. Por supuesto que no armaremos una “platea femenina”, porque sería de mal gusto, pero más allá de mencionar a las hermanas Ocampo, Alejandra Pizarnik y Alfonsina Storni, o las más nuevas como Hebe Uhart y Diana Bellesi, hay que reconocer que difícilmente alguna de ellas se haya hecho espacio para entrar a la selección del Canon (no olvidar: no se está midiendo calidad de juego, se está midiendo el prestigio obtenido, sea válido o no). Es probable que de acá a 30 años este equipo ya pueda ser, con toda justicia, uno mixto.
También se hace saber a los lectores que se les ofreció la nacionalización a Juan Carlos Onetti y a Witold Grombrowicz, pero ambos la declinaron gentilmente, eligiendo sus selecciones uruguaya y polaca respectivamente. Horacio Quiroga sí se nacionalizó, y estuvo a un pasito nomás de superar el corte en la última preselección…
Equipo titular: 1. Domingo Faustino Sarmiento; 4. César Aira, 2. Leopoldo Lugones, 6. Macedonio Fernández, 3. Roberto Arlt; 8. Rodolfo Walsh, 5. José Hernández, 11. Juan José Saer; 10. Julio Cortázar; 7. Rodolfo Fogwill, 9. Jorge Luis Borges.
Suplentes: 12. Ezequiel Martínez Estrada; 13. David Viñas, 14. Manuel Puig; 15. Osvaldo Lamborghini, 16. Ernesto Sabato, 17. Copi; 18. Adolfo Bioy Casares.
DT: Ricardo Piglia