Ciencia ficción actual
«Hay que matar a Tinelli», página 82:
Endemol.
Dori Media Group.
Ideas del Sur.
Pueden sonar como pequeñas y medianas empresas —algunas, yo lo sé muy bien, lo son—, pero la mayoría son aliadas estratégicas de los más grandes emporios mediáticos del mundo. Y no estoy usando la palabra emporio en el sentido en que Industrias Kaiser Argentina se fusionó con Renault para construir el Torino, sino emporio en el sentido en que Mickey Mouse es el representante de una multinacional de capital concentrado como la Walt Disney Company. Empresas que teledirigen la infancia, la adolescencia, la adultez y la ancianidad de todos los habitantes del planeta desde los últimos cien años. Empresas responsables de irradiar o extinguir los golpes de estado, las revoluciones y los avances tecnológicos que les resulten más cómodos a sus propias finanzas.
Página 83:
Esto es lo que en las escuelas de guión que, créanme, por favor, producen más latrocinios que los talleres literarios, se llama giro inesperado.
Página 84:
No me interesa si no me creen lo siguiente: nuestro primer contacto fue por Twitter.
Página 87:
Me gustó que no quisiera darme uno de esos besitos patéticos que empezaron a darse los hombres a finales del siglo pasado.
Pegamos un volantazo. Apostamos a un cambio de estilo para esta entrada. En vez de empezar hablando de Nicolás Mavrakis, le dimos la palabra para que empiece directamente él. O uno de sus personajes: el narrador del anteúltimo cuento de su libro No alimenten al troll (2012), «Hay que matar a Tinelli». En general el fragmento del libro lo ponemos al final, pero el cambio lo hacemos porque en este libro todo es directo, instantáneo, sin vueltas ni medias tintas. Fireman es el título del primer cuento y el nombre de su protagonista, un moderador de comentarios de noticias digitales; él dice: «Nada es pensable, todo es opinable». En una frase les saca la ficha a esos comentadores seriales de portales de noticias que a todos nos llama la atención que sean personas de carne y hueso que están entre nosotros y que efectivamente piensan lo que postean. Y sí, muchos «piensan» eso, pero tal vez el verbo sea exagerado. Tal vez opinar sea apenas un modo de mostrarse, no una forma de pensar. Puede que ese opinar sea más parecido a lucir unas zapatillas flúo para llamar la atención que a una expresión que mana de una reflexión racional previa. En la obra de Mavrakis todo es así, violento, directo, un docente que se para en el púlpito bien seguro de lo que va a decir —y del efecto que va a causar en el público— y lanza verdades a diestra y siniestra, anticipando que se trata de verdades, y que tal vez puedan no gustar, pero que a él no le importa. Y si no le creen, como dice el troll que le manda mails a Mavrakis en horas irrisorias según el cuento que da nombre al libro, «escriban eso en Google y van a entender».
Pero bueno, volvamos. No volemos a la velocidad de la narrativa de este escritor-periodista nacido en Buenos Aires en 1982, miembro típico de la Nueva Narrativa Argentina, que publicó cuentos en las primeras antologías que agruparon a los de su clase (Buenos Aires. Escala 1:1, Uno a uno), un e-book y luego esta obra, en editorial Tamarisco (formada exclusivamente por miembros de la NNA), que es lector-adicto de Houellebecq y de Jorge Asís (escribió dos libros sobre el irreverente autor francés de moda hoy y daba talleres para leer su obra y la del ex Oberdán Rocamora argentino), que escribe reseñas de libros en suplementos culturales de todos los diarios (Perfil, Clarín, La Nación), que trabajó largo tiempo como periodista (revista Noticias) y que participa actualmente en otras dos revistas típicas de la NNA como son Crisis (ocasionalmente) y la revista digital Paco, de la cual es editor jefe y en la que publica notas sobre temas tan eclécticos como literatura, cine, política internacional, internet y hasta «belleza». Vayamos de a poco y señalemos que No alimenten al troll está compuesto por seis cuentos y que cuatro de ellos comparten tono y temática, que nos gustaría definir como una «ciencia ficción actual», en el sentido de que parece estar narrándose un futuro lejano (para los nacidos en la era analógica) que es en realidad el presente. Descartemos primero a los otros dos cuentos: «Kasos» y «Trazadoras» son buenos cuentos sobre inmigración, falsedades y reencuentros, pero están incluidos en la colección como con fórceps, seguramente una consecuencia de no querer descartarlos y, a la vez, una posibilidad de darle más páginas al pequeño libro. En cuanto a los otros, empecemos por los primeros dos: «Fireman» y «No alimenten al troll». Ambos son increíblemente actuales (recordemos que el libro fue publicado en 2012 y escrito entre 2010 y 2011, seis lejanísimos años atrás, donde casi ni se escuchaba hablar de términos como «posverdad» o «influencers» y eran pocos los que tenían smartphones). Como se dijo, en un caso se cuenta la historia de un obsesivo moderador de comentarios en un portal de noticias, un hombre que define a internet como «un soporte para la pornografía», que ve en las cadenas de insultos de los comments «pequeñas historias» y que funciona como un recurso indispensable del portal para seguir funcionando (seguir vendiendo); en el otro, un tal «Nicolás Mavrakis <mavrakis@gmail.com>» recibe mails de un tal «Troll <tr_001@gmail.com>», en distintos horarios y con distintos asuntos, donde éste le explica a aquél qué es un troll, qué significa «trollear», cómo se los mata («no alimentándolos», es decir, no respondiendo a sus insultos o a sus desvaríos) y muchísimas otras cosas asociadas a nuevas tecnologías que sin duda a más de uno le parecerán parte de un libro de ciencia ficción, pero que están teniendo lugar hoy y ahora (y, aparentemente, desde hace un buen tiempo ya) y permite instalar pistas falsas en torno a una desaparición que mantuvo en vilo a un país o poner en jaque al Presidente de la mayor potencia mundial, acusado de influir en los algoritmos para beneficiar su elección.
Estos dos cuentos abordan desde la literatura (¡y desde un libro en papel!) temas de la era digital tal como lo hizo después Sebastián Robles con Las redes invisibles (Momofuku, 2014), donde explora posibles redes sociales alternativas a Facebook a través de vinculaciones cada vez más específicas y puntuales; pero Mavrakis tiene otro tono, mucho más irreverente y violento. En los cuatro cuentos que destacamos de No alimenten al troll, los personajes (narradores o no) son siempre cínicos, nihilistas, firmes y autoindulgentes, auténticos sabelotodos de la era posmoderna; porque hoy, ¿quién no lo sabe todo?, ¿quién no tiene acceso a toda la información disponible? Así, el guionista frustrado de «Hay que matar a Tinelli» da por sabido que todos sabemos (o que todos podemos saber, si lo quisiéramos) que Tinelli tiene un patrimonio declarado de 60 millones de dólares, además de todo lo que no está declarado. En este cuento hilarante situado en un futuro cercano (¿2018?) en el que se plantea que los programas de Tinelli emiten «Ondas Neurodegenerativas de Transmisión Radial», matar al dominador de masas es el objetivo central del protagonista y de su socio, un oscuro hombre que recuerda vagamente al demoníaco Tamerlán que Gamerro concibe en su novela Las Islas (Simurg, 1998). En el medio, se despacha contra las ideas revolucionarias de los 70, contra la televisión, los guionistas, los escritores y contra todo el que puede, en un estilo muy propio de Jorge Asís, no en vano reivindicado por esta generación de hijos de los jóvenes derrotados en los setenta (Drucaroff dixit). El humor ácido de Mavrakis lo vuelve un miembro típico de esta nueva generación (evidente en cada posteo de consumo irónico de Twitter, y también en muchas de sus variantes artísticas, como el cine y la literatura), pero su acercamiento a temas tan actuales del mundo digital le brindan un plus a sus relatos, mejor inmersos en la realidad que habitamos que quienes hablan del aire de campo o del aroma de una flor (es claro que para cualquier ser urbano, hoy es más real el mundo que ilumina la pantalla de nuestro celular que el que nos rodea).
En una decisión polémica hemos incorporado al último cuento de la colección, «Yo también soy un pájaro enfermo», dentro los cuatro cuentos que conforman un tándem mucho más sólido que los otros dos que hemos mencionado al principio. Similar a «Es el realismo», de Patricio Pron, este cuento es uno más sobre el derrotero de un escritor best-seller que lo es casi a cuesta suyo, donde ser best-seller se traduce de algún modo en la muerte de todo lo que el escritor podría tener para decir, una forma de gritar sin que nadie escuche, una imposibilidad de ser revulsivo porque todo lo revulsivo será adorado y rápidamente incorporado al sistema (para más sobre esto, ver el discurso de aceptación del Premio Nobel de Daniel Mantovani en la película El ciudadano ilustre). Pero «Yo también soy un pájaro enfermo» dialoga con los otros cuentos de Mavrakis a través de esa voz sabihonda y socarrona, estableciendo un paralelo directo entre el mundo «antiguo» que representa la literatura y sus libros en papel (los best-sellers que sigue vendiendo el narrador) y el actual, donde todo es fragmentario y esporádico, aleatorio, fugaz y, sobre todo, digital. Si un troll y un escritor consagrado de libros en papel pueden tener una voz tan parecida y ser igualmente verosímiles, ¿son tan distintos entre sí? ¿Es este mundo digital tan nuevo como lo vemos, o es simplemente otra reversión, otro loop de lo que siempre vivimos, una muestra más de una experiencia vital en cambio permanente? No alimenten al troll es rico, complejo y, sobre todo, muy divertido y novedoso. Habilita muchos más análisis, pero como todo en esta era, fue rápidamente olvidado. Pasemos a otro tema.
Otro pedacito de No alimenten al troll:
La elaboración de la obra en sí fue lo más rápido. Plagié un poco a Samuel Beckett y otro poco a Harold Pinter —detrás de la neblina siempre está Gran Bretaña— y combiné algunos monólogos dramáticos en la misma batidora donde había tres escenas de desnudez lícitamente justificables y una enorme muerte trágica. En el medio había una disputa moral sobre el derecho a amar —cortesía de Jean Paul Sartre— y un despliegue lacónico y minimalista de escenografías enteramente pictóricas. En conjunto, aquello que bajo condiciones normales de presión y temperatura asegura el confort intelectual de esa clase media-alta aún capaz de sentarse en la butaca de un teatro y regodearse durante noventa minutos con una metafísica tan accesible en Broadway como en la calle Corrioentes. Sí, queridos buitres de la narrativa contemporánea: mi obra de teatro era eso que los críticos formados por los textos oscurantistas de Georg Lukács habrían llamado «una pieza típica del conformismo burgués».
Del cuento «Yo también soy un pájaro enfermo», p.132