Hugo es odioso. Es un imbécil, como bien dice la mujer. Hugo también es un pobre tipo. Hugo se queda siempre pensando que lo mejor es quedarse al lado de la norma, no despegarse de ella. Para él, los tiempos verbales son más importantes que los verbos. La metáfora cliché de la podredumbre no lo convence, prefiere usar la palabra adecuada, la que refleje justamente la sensación de la mujer: cansancio. Siente pena por ella, por su incapacidad de comprender que luego de la forma verbal «darse cuenta» debe ir un «de». Hugo, un típico corrector de Word, una máquina, un corrector callejero sin sentimiento. Un descorazonado.
Ya hemos hablado del queísmo y el dequeísmo. También hemos expuesto algunas ideas acerca de la sobrecorrección y de la necesidad de usar el sentido común y de tener tacto a la hora de corregir. Es decir que no venimos a exponer nada demasiado nuevo, pero sí a aunar conceptos y demostrar que estamos pensando siempre en una misma dirección, que es la contraria a la que lleva Hugo. Y lo hacemos, entre otras cosas, porque estamos cansados de los correctores desubicados (profesionales o amateurs) que no piensan en el texto, ni en el medio, ni en el autor ni en el lector. Son personas que sólo piensan en la norma, en un «escribir/hablar bien», en un mensaje puro, que no existe, porque las acciones de hablar, escribir y pensar son apasionadas, con mucho de desmedido e irracional. Aquel que piense sólo lo racional, lo esperado, no pensará nunca nada nuevo, no pensará nada en realidad. En la cabeza tienen lo que «debería ser», y se alejan de la pasión de la escritura, de la pasión del habla.
Hugo no es más que un manojo de reglas bien aprendidas. Ni se da cuenta que el amor se le va. Se concentra apenas en una parte mínima del discurso, pero no lo entiende. No entiende que es un discurso oral, que se da en un bar, que lo pronuncia su mujer, que se lo dice a él, y que transmite ni más ni menos que un estado de aburrimiento extremo, de cansancio. Hugo es un «asesino de los días de fiesta», «un corazón privado de amor», y, como los personajes de Denevi, ni se da cuenta. Un corrector que carece de este tipo de sensibilidad no hará más que estorbar, que poner palos en la rueda, porque, con todos sus prolijos conocimientos de la gramática, sigue sin entender absolutamente nada de la lengua y la comunicación.
Por suerte, Tute nos muestra a este Hugo en otra situación mucho más elocuente, más sintética. En este caso, Hugo expone todo su conocimiento sobre el romanticismo, pero no es más que una carcasa vacía, un hombre sin amor.
Posdata
Este texto quizá necesite de algunos comentarios extra, porque escapa un poco de la coherencia que intentaban mantener todas las otras entradas. Sería justo indicar su motivación, que proviene de dos ramas principales: por un lado, un homenaje a Tute y su enorme, ecléctico, bizarro y brillante álter-ego Hugo; por otro, a un odio personal tal vez un tanto desmedido hacia la gente que va por la vida corrigiendo el habla de los demás, e incluso corrigiéndose a sí misma. Son personas que por cumplir con el mandato de evitar la repetición de palabras, no dicen lo que quieren decir; que leen un mensaje de texto como si fuese un mail laboral, o incluso quienes confunden un mail laboral con un simpático mensaje de texto. Personas que por desconocer a su público, envían mensajes equivocados, que no comprenden los distintos medios.
Este odio, por supuesto, no es hacia estas personas, sino hacia estas actitudes que no contribuyen en nada a las expresiones orales y escritas, y que no hacen más que poner en exhibición una erudición por demás inútil.
Por último, hemos esbozado una cita de Marco Denevi que ampliamos a continuación. Corresponde a las últimas líneas de la novela Los asesinos de los días de fiesta:
El otro día Patricio de la Escosura estaba leyendo un libro. Y de golpe exclamó:
—Oigan esto.
Después nos leyó en voz alta:
—Los corazones privados de amor se vuelven crueles, codiciosos y feroces como guerreros extranjeros en una ciudad vencida. Se entregan al pillaje y a la matanza de los demás corazones, y convierten los días de fiesta en noches de duelo.
—¿Y eso qué tiene que ver con nosotros? —gritó Iluminada.
DENEVI, Marco. Los asesinos de los días de fiesta. Emecé. Buenos Aires. 1972. Pág. 213.
Las imágenes de los chistes de Tute fueron obtenidas de «El blog de Tute».